El barrio es como tantos otros de una ciudad grande, un Ensanche de ordenadas calles, bordeadas por árboles que dan una sombra verde a las terrazas de los Bares, restaurantes, tiendas de moda, fruterías con el género expuesto en la puerta, alguna antigua droguería... comercios familiares que resisten el paso del tiempo en los bajos de fincas antiguas con portales señoriales de hierro forjado y mármol.
Es un Barrio burgués y tranquilo en el que de un tiempo a esta parte se produce algo inusual: sobre las once de la mañana surgen de los edificios parejas formadas por ancianitas de cabello plateado, collar de perlas y débiles piernas que se aferran a los brazos fornidos, oscuros y rollizos de mujeres jóvenes de rasgos indígenas con las que inician un lento paseo.
Contrastan el medio luto, la palidez y la fragilidad de la señora mayor, su paso inseguro, con la fuerza y la vestimenta colorista de quien tiene que ajustar su paso, con calma, con paciencia, al ritmo que le marcan.
Pasean, se detienen, charlan, miran escaparates, se sientan en algún jardín... ¿De qué hablarán?
Una de ellas tuvo que dejar a sus seis hijos pequeños allá en Ecuador para enviarles dinero desde aquí, con su trabajo. La otra recibe muy de vez en cuando la visita de su hijo, que es ingeniero en Madrid y viene con los nietos por Navidad.
Dos culturas, dos mundos, dos generaciones, dos continentes, dos vidas... y al final, dos mujeres solas.
Llegan a un banquito y se sientan.
En el respaldo alguien ha escrito con spray: “Fuera inmigrantes. España para los españoles”.
Cristina Soler Crespo
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